La lente que lleva
nuestra cámara porta un filtro de nostalgia y admiración que quizás empañe la
profundidad de foco y produzca imágenes distorsionadas que no respondan del
todo a la realidad; el guión es más el de un biopic que el de un documental
riguroso: en vano los espíritus de Hedda, Louella, Anger, Addison DeWitt y
Walter Burns insistían en pulsar las teclas para derramar un poco de acíbar; la
banda sonora crepita a veces con ecos amargos, otras con la más romántica de
las músicas jamás compuesta; el productor ha incluido en el reparto a muchos de
sus favoritos y ha sido tan cruel como para dejar aparte monstruos consagrados
(por falta de presupuesto, quizás, o con vistas a la inminente secuela); el
director, fascinado por ciertos rostros, ha optado por primeros planos y descuidado
el contexto que los rodeaba; el maquillador ha hecho milagros con los muy
humanos defectillos de las estrellas, y el director de fotografía ha captado a
menudo sólo el perfil más conocido de los protagonistas...
Pero siempre será la
película soñada de alguien, una película cuyas primeras imágenes empiezan a
proyectarse ya sobre la pantalla, al tiempo que suena la voz de un pomposo
narrador:
“...Dicen que no son más
que sombras, seres que no existen más que en la imaginación de personas que
viven de sueños. Tratan de hacernos creer que no son más que cuerpos y voces
prestados a entelequias de unos cuantos farsantes. Afirman que hablar de ello
no es más que perder el tiempo con mentiras y mentir a su vez, que no merece la
pena.
No. No es así. No
podemos tocarlos, nunca responderán a nuestras preguntas y sus creadores les
traicionan encarnando otras ficciones; pero ellos y nosotros sabemos que,
mientras existan pantallas y celuloide, en tanto actores y actrices se coloquen
ante una cámara, mientras quede en el mundo un ser con sentimientos, habrá
cine.
Nadie podrá borrar de
nuestras retinas el vuelo de Supermán sobre la noche de Metrópolis, la flecha
certera de Robin Hood o la mirada esmeralda de Escarlata, o apartar de nuestra
memoria la carcajada feliz de Ninotchka, el duelo en la azotea de una lluviosa
ciudad desolada, la mano tendida al borde de un acantilado, la desastrosa voz
de Lina Lamont... porque el poder de sugerencia de una imagen, de un sonido, no
conoce barreras de tiempo ni de espacio. Y porque existen personas que
dedicaron su vida a hacer verdad esas historias imaginadas, y lo hacen muy
bien.
Son parte de nuestra
vida, nos enseñaron con las suyas propias el camino difícil de la vocación, la
recompensa o el olvido de años de trabajo; Ingrid, Errol, Greta, Clark,
Spencer, Sean, Vivien, Lauren, Tyrone, Greg, Ava, Audrey... hicieron realidad
nuestras fantasías más inverosímiles, surcando los siete mares, luchando en
todas las guerras, amando y odiando, en silencio o con pasión desatada.
No eran ángeles, no son
demonios tampoco, sino gente dotada con un don especial y que, como todos
aquellos que realizan con éxito su trabajo, merecen el aplauso. Forman parte de
un gremio singular que les permite dejar de ser ellos mismos durante un tiempo
para llegar a ser otras personas. Cuando lo consiguen, se produce la magia, y
ahí está la diferencia. Son el resultado de una operación misteriosa que se
realiza en la imaginación y origina el reparto. Un reparto de miles, sudando
bajo los focos, bailando por las calles, agonizando bajo el sol... en blanco y
negro o glorioso Technicolor, en filmes mudos o con sonido estereofónico.
Actores y personajes...
Indisoluble unión, trágica confusión, maravillosa simbiosis. Cine.
Vosotros, los actores,
seréis recordados por vuestros personajes y ellos, gracias a vuestro talento,
tasado a un precio impagable, viven, sienten, ríen y lloran para siempre, más
allá de la pantalla, se hacen nuestros. Nuestros son ya Rick, Jo, Rhett, Maxim,
Laura, Kane, Dekkar, Ilsa, Gilda, Dorothy...”
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